Cogió sus maletas y se propuso no volver jamás. Miró a sus
zapatos, al suelo de la casa, la estantería, los cuadros de esos paisajes que
prometió visitar. Tantos recuerdos compactos en objetos que habían visto mucho
más de lo que deberían.
Se acercó al piano y pulso sus teclas dibujando así la
última melodía que sonaría en aquel hogar. Separó sus labios dejando escapar el
humo que producía aquel calor y se imaginó fumando. Nunca antes lo había hecho,
al igual que tampoco había pensado que aquella casa se convertiría en una droga
y que en un momento como aquel lloraría como lo hizo.
Los martillos del piano golpeaban las cuerdas al igual que
los recuerdos a su corazón. Sus ojos se cerraban, sus dedos se deslizaban por
el teclado, y la rabia quedaba plasmada en la melodía cuando de repente el
teléfono sonó. Volvió a coger sus maletas, miro aquel apartamento por última
vez y como queriendo quemar aquel momento dio un portazo al salir.
Todo lo que nace se apaga. Nosotros nos apagamos. Tú te
apagas. Pero ellos siempre siguen ahí, recordándonos solo lo bueno como si
nunca jamás hubiésemos ardido, como si tan solo nos hubiésemos sanado.