viernes, 12 de julio de 2013

Orden de desahucio en mi menor.

Cogió sus maletas y se propuso no volver jamás. Miró a sus zapatos, al suelo de la casa, la estantería, los cuadros de esos paisajes que prometió visitar. Tantos recuerdos compactos en objetos que habían visto mucho más de lo que deberían.
Se acercó al piano y pulso sus teclas dibujando así la última melodía que sonaría en aquel hogar. Separó sus labios dejando escapar el humo que producía aquel calor y se imaginó fumando. Nunca antes lo había hecho, al igual que tampoco había pensado que aquella casa se convertiría en una droga y que en un momento como aquel lloraría como lo hizo.
Los martillos del piano golpeaban las cuerdas al igual que los recuerdos a su corazón. Sus ojos se cerraban, sus dedos se deslizaban por el teclado, y la rabia quedaba plasmada en la melodía cuando de repente el teléfono sonó. Volvió a coger sus maletas, miro aquel apartamento por última vez y como queriendo quemar aquel momento dio un portazo al salir.
Todo lo que nace se apaga. Nosotros nos apagamos. Tú te apagas. Pero ellos siempre siguen ahí, recordándonos solo lo bueno como si nunca jamás hubiésemos ardido, como si tan solo nos hubiésemos sanado.

Lo peor de todo, es que recordaba aquello como una perfecta escena de un perfecto guion llamado vida.
No sé porque me gustan tanto los espejos... Y los espejismos.